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Me quedo con coach
La palabra coach tiene detractores. Que si es inglesa, que si es muy empresarial, que si parece jerga de autoayuda. A mí, sin embargo, me gusta.
Me han sugerido que me haga llamar acompañante, pero eso me suena a dama de compañía o a guitarrista flamenco. Tutor tampoco me convence. No soy protector ni vigilante de nadie, que es lo que significa tutor en el latín original, ni voy a llenar tu manuscrito de marcas a bolígrafo rojo.
La etimología de coach es la misma que la de coche: viene del húngaro Kocs, nombre de la ciudad donde se fabricó el primer carro tirado por caballos. En Oxford, en el siglo XIX, los universitarios empezaron a contratar profesores privados –coaches– para que los encaminaran, para que los «llevaran» (to carry, llevar en carruaje).
Un carro le ahorra al viajero mucho desgaste físico, y lo hace sin mecanismos sofisticados. Con algo tan antiguo y sencillo como la rueda. Mi trabajo es despejarte el camino y recordarte adónde era que ibas. Así llegarás a destino con más osadía y a la vez con más cordura.
