Hoy he escuchado un debate en la radio en el que hablaban personalidades del mundo de la cultura -un político, algunos empresarios, algún artista- y me he cogido un buen cabreo. Más que lo que dicen, me cansa lo que callan.
Conozco a bastantes veinteañeros. Nativos digitales. Algunos de ellos, hasta hace poco, eran eso que se ha dado en conocer como ninis. Y otros lo siguen siendo. Gente que no trabaja y que no estudia. Hijos de familias que no van sobradas de dinero. Cuando alguna vez me ha dado por preguntarles su opinión sobre la piratería, sus reacciones (sorpresa, ingenuidad, e incluso cinismo) me han dejado bien clarito que para ellos y ellas el debate no existe. No hay debate. Si algo te lo puedes bajar, te lo bajas. Entre ellos ni tan sólo hablan de eso. El mundo en el que uno pagaba por discos o películas es algo previo a su existencia como adultos. Es el mundo de sus padres. Esto no debería ser tan difícil de entender: ¡ni siquiera usan dispositivos donde se pueda insertar un CD o un DVD! Esos aparatos ya son pleistocénicos, si se me perdona la hipérbole.
Me molesta escuchar a políticos, productores y empresarios valorando el comportamiento de la gente en Internet. A esa generación le ha tocado y le está tocando sufrir muchas de las consecuencias del neoliberalismo descontrolado. A esos jóvenes les cuesta horrores encontrar trabajo porque el antiguo sistema de red social ha sido arrasado por la alianza entre la bolsa y la banca. Ellos van a tener que pagar vía impuestos el dineral que el gobierno ha regalado a los bancos para cubrir su desfalco sistémico. Han sufrido la caída en picado de la calidad educativa puesta en manos de la privatización y en contra de la escuela pública. Ahora ir a la universidad vale veinte veces más de lo que vale en Alemania, y mucho más de lo que me costó ir a mí en este país. Es impagable para muchísimas familias. Eso sí, las pelis que las paguen. Si se bajan una canción, resulta que son unos ladrones. El poder les exige que tengan «cultura ética» (sic) para ciertas cosas -para que consuman-, pero hace mucho que les ha robado el derecho a la cultura misma, que es algo mucho más amplio y esencial que los productos culturales.
Me indigna que los tecnócratas que nos gobiernan sólo se acuerden de ellos para criminalizarlos. Insinúan que son vagos, que son piratas. Pero, ¿quiénes son los verdaderos piratas aquí? Los que les acusan implícitamente de esas cosas son personas que vienen de familias acomodadas en su mayoría. No tuvieron grandes problemas para pagar sus libros, la matrícula de la facultad y su piso alquilado. Ahora que están en puestos de mando y notan en el cogote la presión del mundo empresarial, se lanzan a dar lecciones morales. En realidad, lo que subyace en el tono de su discurso es que ven al ciudadano de a pie como chusma. Y les molesta que la chusma no pague por todo. No les interesa que tengan una formación pública de calidad. No les interesa que deseen prosperar y trabajar con dignidad. Les interesa sólo que no dejen de consumir -pagando- hasta el fin de sus días. Que paguen 18 euracos por cada CD. Que apoquinen 40 más para un concierto de su grupo favorito. Eso sí, esa pasta que se la pidan a sus padres, porque si no de qué. Curro no tienen. Ni currículum. Ni ahorros, ni futuro. Si tuvieran esas cosas, a lo mejor, quién sabe, se meterían un día en una sala de cine y pagarían los nueve euros que cuesta la entrada.
Yo soy escritor, y me gustaría ganarme la vida con la escritura. Pero no soy imbécil, y esas mujeres y hombres jóvenes de los que hablo tampoco lo son. El mundo ha cambiado. Hoy es posible, tecnológicamente, compartir contenido vía Internet. Lo que es posible hacer, se hace. No hay vuelta atrás. En lugar de tomar nota de ello y ponerse manos a la obra para adaptarse a ese cambio, los poderosos se enfadan y nos dan lecciones de buena conducta.
La verdad es que a esos chicos -y aquí les cito literalmente- el tema se la suda mil pueblos (me encanta esta expresión, por cierto). Por lo menos tienen el consuelo de morirse de risa y decirme que debata mi prima, porque a ellos les da igual todo eso. A juzgar por la cantidad de series y música de la que pueden disfrutar, no tienen la sensación de que los productos culturales estén por extinguirse. Y la verdad es que no lo están. Muchas cosas, me parece, no cuadran en el debate que he oído hoy en la radio.